El doctor Martino había nacido el 9 de julio de 1930. Fue médico rural, infectólogo, tisioneumonólogo, epidemiológo y especialista en Medicina Tropical y Patologías Regionales. Trabajó más de 17 años en distintas áreas geográficas de la Argentina, sobre todo en el norte. Fue médico del Hospital Muñiz desde el año 1954, cuando empezó a trabajar, recién recibido, como médico de guardia. Allí hizo toda su carrera, llegando a ser Jefe de la Unidad de Consultorios Externos y posteriormente Jefe de la Unidad de Patología Regional, Medicina Tropical y Zoonosis en el Hospital de Enfermedades Infecciosas “Francisco J. Muñiz”, de Buenos Aires, cargo desempeñado hasta el año 2003.
Fue propuesto como profesor consultor de la materia Enfermedades Infecciosas de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. Su experiencia docente incluye universidades de prestigio internacional, por ejemplo, en Brasil, Nicaragua y Oxford (Inglaterra). Ha sido elegido Premio Konex 2003 en Salud Pública.
Se había recibido de médico en la Facultad de Medicina de la UBA en 1955. Se doctoró en Medicina también en la Facultad de Medicina UBA (1962). Su tesis Doctoral versó sobre el tema “Botulismo”. Calificación Sobresaliente. Medalla de Oro al mejor Becario Latinoamericano en Medicina Tropical (1961). Médico Especialista Universitario en las siguientes disciplinas: Enfermedades Infecciosas (1957), Tisioneumonología (1960), Higiene y Medicina Social (1964).
Fue Fellow Member, Interamerican Medical and Health Association (USA). Nominado Maestro de la Medicina Argentina y Maestro de la Medicina Latinoamericana. Convocado en el año 1996 como Experto en Medicina Tropical por la Org. no Gubernamental Médicos en Catástrofes, a través del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para Refugiados (ACNUR) para formar Recurso Humano en Ruanda, África.
Honrado con Diploma de Honor por la Embajada Argentina en Perú con motivo de la epidemia de Cólera (1991). Autor de 7 libros y de 88 trabajos científicos vinculados con la Medicina Tropical, Enfermedades Infecciosas, Zoonosis y Patologías Regionales. Relator y conferencista en diferentes Congresos nacionales y extranjeros. Miembro Titular de la Academia Nacional de Medicina de Bs. As. Miembro Titular de la Academia Nacional de Agronomia y Veterinaria.Miembro Correspondiente Nacional en la Academia de Ciencias de Córdoba. Miembro de las Academias Nacionales de Medicina del Paraguay y de la Real Academia de Medicina y Cirugía de Galicia. Director de la Comisión Nacional para el Estudio de la Patología Regional Argentina con sede operativa en las provincias del Noroeste Argentino. Nominado Maestro de la Medicina Argentina y Latinoamericana. Diploma de Honor por la Embajada en Perú con motivo de la epidemia de cólera (1991).
A todos estos títulos y honores debe sumarse el inmenso afecto que supo cosechar por parte de innumerables colegas de todas partes. Sumaba a su excelente formación académica un vastísimo conocimiento de numerosas áreas de la cultura, lo cual convertía en verdaderas delicias todas sus presentaciones y escritos.
Su desaparición deja un vacío que, indudablemente, será muy difícil de llenar. Sin embargo, su querida Unidad 9 del Hospital Muñiz, en donde se formaron a su lado legiones de destacados infectólogos, será de alguna manera la continuidad de su enorme legado docente.
A modo de despedida queremos reproducir parte de un texto publicado por Olindo Martino hace unos pocos años, en donde realizaba una reseña de lo que significó su amado Hospital Muñiz:
"Ha llegado el momento de epilogar esta crónica, pero también a mí el instante de transitar el crepúsculo que señala el final del camino. Me queda entonces recordar que en esta vieja casona me hice hombre y médico. Aquí trabajé con denodada vocación. Nada resultó fácil. Fue una dura prueba de vida. Acaso deba preguntarme si en verdad supe, como médico, honrar a este mi segundo hogar el cual, desde mi época de arrebatado estudiante, me enfrentó y curtió frente al dolor físico y la acechante desesperanza.
Hoy, a la vera del largo camino transitado, me siento un viejo juglar narrando con emoción templada la fausta epopeya de este anciano crisol y sentida casona que ha dejado tanta historia vivida, con tanto dolor contenido y tanta enseñanza impregnada. La generosa casona de nuestros ilustres antepasados.
Acaso sea esta la última vez que temple la cítara de la evocación. Me imagino entonces sumido en una tarde crepuscular. Silenciosa. Tibia. Jaspeada por caprichosos tornasoles que escapan del rojizo firmamento. Elijo uno de los anchos senderos del hospital. Han pasado muchos años, es cierto. No importa, igual imagino una tarde de guardia recorriendo los distintos pabellones. Ahora con pausado andar. Sin la ansiosa prisa de la juventud. También con más tiempo para regocijarme con la mirada ante los inacabables matices de los verdes gigantes. Hasta sus elevadas copas parecen querer abrazarme o quizás despedirme.
Y mientras retorno por el mismo sendero percibo bajo mis pies una caprichosa y amarillenta alfombra con minúsculos pétalos de las tipas en flor, que hermosean en cada primavera el vasto jardín del hospital. Zorzales criollos me acompañan con su canto y algún que otro hornerito, con andar compadrito, se cruza en mi camino.
Siento cada vez más la indescriptible soledad de la despedida. Sin embargo, no estoy solo. Sobre la pesada mochila de mis recuerdos siento de pronto el brazo franco del joven colega. Decide acompañarme. Lentamente caminamos hacia la vieja verja del hospital. Juntos nos detenemos bajo el pesado y enmohecido umbral del portón de la calle Uspallata. Allí estrecho su mano. Él me ofrece su sonrisa. Fresca y optimista. Me doy cuenta que es el joven recambio. La nueva y esperanzada generación. La que sin duda seguirá enalteciendo el prestigio científico del gigante histórico. Y tras el abrazo fraterno le pido que guarde en su esperanzado corazón este mensaje, emblema inefable del ideal asclepiano: “Joven colega, rescate del pasado lo que él encierra como vital herencia. Pero también procure tomar del futuro lo que encierra de inconmensurable promesa. Se sentirá así orgulloso de regar con su obra el inagotable jardín del conocimiento humano”.