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Miércoles, 30 Noviembre 2022 09:53

Redefinir nuestra relación con la naturaleza para evitar futuras pandemias

Las enfermedades infecciosas emergentes que derivan en pandemias se están volviendo recurrentes, con graves consecuencias que exceden nuestra salud y bienestar. Aunque de inusitada magnitud, la pandemia de COVID-19 es solo una más en una larga lista de eventos severos que han impactado a la humanidad en las últimas décadas (HIV-SIDA, Ébola, Nipah, Hendra, SARS, Zika, Influenza H1N1, etc.) (1). Lejos de restarle importancia, esto la magnifica, dado que aun con repetidas alertas hemos fallado en reconocer los problemas de base y actuar en consecuencia, anticipándonos.

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La mayoría de las enfermedades infecciosas emergentes humanas recientes son de origen animal y en muchos casos provienen de animales silvestres (1, 2). Estas zoonosis emergentes se asocian con cambios en el uso de la tierra (ej. deforestación para agricultura o ganadería), la expansión e intensificación de la producción animal (ej. cerdos y aves a escala industrial) y el uso y consumo de fauna silvestre (ej. mercados asiáticos de especies exóticas) (2). Todas estas actividades son promovidas por nuestro creciente consumo y comparten el factor común de favorecer contactos inéditos y frecuentes entre múltiples especies, permitiéndole a una enorme diversidad de patógenos incursionar en nuevos huéspedes. Por nuestra demografía y globalización, una vez ocurrido el derrame (salto inicial desde un animal a una persona) una infección puede hoy fácilmente transformarse en brote, y en eventual pandemia, expandiéndose hacia y dentro de áreas urbanas mediante redes de comercio y transporte.

Aunque la transmisión de un virus con potencial pandémico es todavía es muy rara, como con toda presión de selección, en la medida que los contextos epidemiológicos que seleccionan en esa dirección sean más comunes, mayor será el riesgo para todos. Esto es clave, porque solemos sobresimplificar el triángulo epidemiológico agente-huésped-ambiente, pensando los sistemas como reglas de tres. Sin embargo, este reduccionismo desestima que las enfermedades se dan en sistemas complejos cuya comprensión requiere de inteligencia epidemiológica reforzada, es decir, contextualización ecológica y social más allá de la mera comprobación de solapamiento en tiempo y espacio de patógenos y hospederos.

En este sentido, el enfoque Una Salud, que integra la salud humana en su entorno ecológico, es nuestra arma más poderosa porque por definición nos inserta en una matriz dinámica. Nos resulte o no evidente en la vida diaria, nuestra salud está estrechamente vinculada, y depende casi en su totalidad, de la salud del ambiente y de las especies con las que convivimos. La biodiversidad no solo actúa como buffer diluyendo o equilibrando el microbioma que nos rodea, sino que es central en la provisión de los servicios ecosistémicos que sostienen la vida (3). Algunas especies, como los murciélagos, son eficientes controladores de insectos vectores de enfermedades y de plagas agrícolas, polinizan cultivos esenciales y dispersan las semillas que regeneran los bosques tropicales necesarios para regular el clima del planeta. Lejos de señalarlos como chivos expiatorios a los que culpamos por incubar los males que nos aquejan, debiéramos valorar su aporte a la regulación ecológica que redunda en más salud. Esenciales contribuyentes al bienestar humano, los servicios ecosistémicos se valúan en 44 billones de dólares anuales (4) y su degradación o pérdida es un obstáculo para la reducción de la pobreza, el hambre y las enfermedades (3).

Por el contrario, dividir la salud separándola en compartimentos estancos nos ha tornado más vulnerables. Que el peso de la respuesta a emergencias recaiga en los sistemas de salud pública cuando la etiología de base solo roza lo sanitario es una grave deficiencia global evidente por la aparición del SARS-CoV-2 solo 16 años después de lo que debiera haber sido una alerta de magnitudes sísmicas, el SARS-CoV de 2003. Si la raíz de las zoonosis por coronavirus es el contacto estrecho entre especies taxonómicamente distantes y una cadena de valor que suele rayar lo (o ser abiertamente) ilegal, la prevención de futuros eventos depende esencialmente de conciliar intereses contrapuestos (económicos, políticos, sanitarios, ambientales) poniendo en práctica Una Salud.

Aun cuando existen importantes vacíos de información, lo que ya sabemos nos da una clara ventaja: nos permite plantear estrategias de mitigación. Por ejemplo, en la última década, desde proyectos como PREDICT (5) nos hemos abocado a la búsqueda y caracterización de virus zoonóticos con potencial pandémico, en sus reservorios animales, antes de que se conviertan en patógenos humanos. Bajo la premisa Una Salud, PREDICT ahondó en las relaciones dinámicas de sus componentes y, sobre todo, en los contextos socioecoepidemiológicos ligados a la emergencia de enfermedades. Más allá de los casi mil nuevos virus identificados incluyendo algunos particularmente relevantes como el Ebolavirus Bombali y el virus Marburg en una nueva área geográfica, PREDICT dejó un legado de capacidades sin precedente en 35 países vulnerables alrededor del mundo. Demostró además los beneficios de la vigilancia simultánea Una Salud, promovió la convivencia armónica y segura con especies silvestres en las comunidades rurales y definió a las cadenas de comercialización de fauna como una de las actividades de mayor riesgo zoonótico pero de escaso o inexistente control sanitario.
Por su parte, el Global Virome Project planea invertir una década para identificar todos los virus de aves y mamíferos silvestres con potencial zoonótico (se estiman en 500 a 700 mil). Aunque no hay certezas de que este atlas viral pueda adelantarse a la “Enfermedad X”, como mínimo ampliaría los horizontes sobre grupos problemáticos como los coronavirus y permitiría anticipar desarrollos diagnósticos y terapéuticos. Prueba de su potencial es que de los 177 coronavirus descriptos por PREDICT en animales y personas, 113 eran nuevos para la ciencia (5). En todos los casos se aspira a alejarnos del modelo tradicional de reacción y control postbrote, en favor de la predicción y prevención.

No obstante, es palpable que falta aún más. Que sin una transformación social profunda y sistémica vamos a quedar atrapados en el actual círculo vicioso que engendra pandemias. Los expertos predicen que sin un cambio de paradigma, “las pandemias surgirán con mayor frecuencia, se propagarán más rápidamente, matarán a más personas y diezmarán repetidamente a la economía mundial” (3). En 2019, otro grupo de especialistas convocados por el mismo panel de Naciones Unidas interpretó que si seguimos en esta trayectoria estaremos “erosionando los cimientos de nuestras economías, medios de vida, seguridad alimentaria, salud y calidad de vida” (3). La buena noticia es que si nos lo proponemos y logramos revertir los daños ambientales generados por la producción y el consumo insostenibles, mitigaríamos al mismo tiempo las tres mayores amenazas para nuestra especie: la pérdida de biodiversidad, el cambio climático y las pandemias.

Con el conocimiento actual debiéramos evitar caer en el facilismo de que como el riesgo de pandemia es incierto, solo nos queda esperar que una nos golpee para reaccionar. Las estimaciones indican que es 100 veces más caro responder para controlar que invertir en prevención (3). Y eso sin considerar que a raíz del impacto dispar del COVID-19, 32 millones de personas de los 47 países menos desarrollados se sumirán en la extrema pobreza (6). ¿Qué capacidad de respuesta futura tendrán países así depauperados? Redefinir nuestra relación con la naturaleza nos permitirá dejar de perseguirle la cola al diablo en los plazos que nos marca el compás de la Era Pandémica.

Agradecimientos: a F. Milano y P. de Diego por su lectura crítica y valiosas sugerencias.

Referencias

  1. Jones KE, Patel NG, Levy MA, Storeygard A, Balk D, Gittleman JL, Daszak P. Global trends in emerging infectious diseases. Nature 2008; 451, 990–993
  2. Karesh WB, Dobson A, Lloyd-Smith JO, Lubroth J, Dixon MA, Bennett M, et al. Ecology of zoonoses: natural and unnatural histories. Lancet 2012; 380, 1936-1945, doi:10.1016/S0140-6736(12)61678-X.
  3. IPBES. Workshop Report on Biodiversity and Pandemics of the Intergovernmental Platform on Biodiversity and Ecosystem Services. Daszak P, Amuasi J, das Neves CG, Hayman D, Kuiken T, Roche B, et. al.; 2020; Global assessment report on biodiversity and ecosystem services. Brondizio ES, Settele J, Díaz S, Ngo HT (editors) 2019. IPBES secretariat, Bonn, Germany.
  4. Holzman DC. Accounting for nature's benefits: the dollar value of ecosystem services. Environ Health Perspect. 2012; 120(4):A152-A157. doi:10.1289/ehp.120-a152
  5. PREDICT Consortium. Advancing Global Health Security at the Frontiers of Disease Emergence. One Health Institute, University of California, Davis, December 2020; p 596. https://p2.predict.global/publications-2020
  6. UNCTAD - United Nations Conference on Trade and Development. The Least Developed Countries Report 2020: Productive Capacities for the New Decade. ISBN: 978-92-1-112998-4. https://unctad.org/system/files/official-document/ldcr2020_en.pdf

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